Unas lineas de Gary Vila Ortiz, en el correr de su pluma, acerca del libro "Juntando labores dispersas", de Alberto Muniagurria

Por razones obvias no puedo ser demasiado objetivo en estas líneas y por varios motivos. En primer lugar mi padre era médico y amigo de la mayoría, sino de todos, los que se nombran en el libro del cual voy a hablar. Y por otra parte, yo soy amigo de otra generación de esos médicos. Además, después de cuarenta años de periodismo estoy cada vez más convencido de que la objetividad periodística se aproxima, y mucho, a la complicidad. A menos que se haya perdido la sensibilidad frente a lo que pasa, sea bueno o malo lo que ocurre, eso sin caer en maniqueísmo alguno. El periodista, como el escritor, hace rato que bajó de la tribuna para vivir junto a los demás lo que los otros viven.

El libro del que hablo es Juntando labores dispersas:  David Staffieri, escrito por Alberto J. Muniagurria y publicado por la editorial de la Universidad de Rosario.

Este libro traza una semblanza de Staffieri, impecable, pero al mismo tiempo —lo que no es extraño que alguien como Muniagurria que siempre amó a esta ciudad—, es la pintura de un Rosario que cada vez recuerda menos, y fue aquel Rosario que como diría Mateo Booz fue cambiando de voz hasta llegar ese triste momento en que la ciudad del fervor se transformaría en la ciudad de la indiferencia, aunque toda la indiferencia y se juegan apostando alto.

Desde la tapa el libro ya es un resguardado para la memoria. Se trata del cuadro donde se encuentran en el momento de una operación, los doctores Teodoro Fracassi, David Staffieri, Camilo Muniagurria, Oscar Cames, Pablo Borras, Clemente Alvarez, Artemio Zeno. Es una pintura evocadora, es un significante testimonio que nos habla de la escuela de medicina que hubo y sigue habiendo, en nuestra ciudad. No a todos les pesa esa historia del pasado y cumplen con la responsabilidad que deben tener frente a lo que fue.

Alberto Muniagurria traza, en el comienzo del libro, las características realmente sorprendentes del Rosario de comienzos de siglo. Acompaña esas líneas con fotografías de la época y uno siente que se aproxima a comprender aún más.

Pero ya en el comienzo Muniagurria dice: "Si dejamos volar la mente y hacemos el ejercicio de imaginar un médico ideal, del que todo profesional en ese camino, quiso o quiere llegar a ser, no podemos dejar de pensar entre los elegidos en la figura global, humana, señora, académica de David Staffieri"

El libro de Muniagurria, indispensable, también hace recordar a los rosarinos mucho de lo que pasa de la Facultad de Medicina de Rosario y que se quiere olvidar no se sabe bien en nombre de qué. Por mi parte creo que ese qué es la memoria perversa de los argentinos. El olvido no figura entre los principios de ninguna religión, de ninguna concepción ética de la historia del hombre.

Recordemos. En 1945, Staffieri es nombrado vicerrector de la Universidad y el 14 de mayo es reelegido decano pues que ocupó hasta el 9 de marzo de 1946 en que por "inconducta" se le comunica su separación del cargo de profesor titular de Clínica Médica. Staffieri contesta con una carta ejemplar. Copiemos su final: "Después de ocupar 25 años la Cátedra Titular creía tener el deber y el derecho de dejar que otros con más caudal y mejores aptitudes me sustituyeran en el sitial. Pero no ha podido ser. Ni me voy por espontanea decisión, ni ninguno de los que de veras queremos la Universidad podemos dejar de tomar parte activa, en su reconstrucción del día en que las circunstancias nos llamen a restablecer en ellas las auténticas jerarquías morales...".

Muniagurria agrega otra memoria, que se cuenta entre aquellas que muchos se niegan en recordar alegando que es algo muy lejano, que las cosas han cambiado, que es un anacronismo recordarlo. Pues bien, lo recordaremos justamente por eso. Muniagurria agrega a la carta de Staffieri: "Trescientos setenta y cinco docentes de nuestra facultad presentaron su renuncia. Algunos por esto quedaron sin trabajo en la calle. Rosario, con su actitud dio ejemplo a la República...".

Siento un particular orgullo en que mi padre estuviera entre esos renunciantes. También me siento orgulloso que cuando estudié medicina en la mesa de anatomía estuviésemos juntos  Pico Tejerina, Mario Roncoroni, Lacho Ameriso, yo mismo, hijo de profesores que no estaban más en la facultad. Debo decir —es necesario— que fuimos tratados por un particular cariño por quienes en ese momento dirigían la facultad. Siento orgullo que el padre de otro amigo entrañable, Gonzalo Linares, que no era médico pero era secretario académico de la facultad, renunciara con solidaridad ejemplar, y fue de esos que se quedó en la calle.

Quiero agregar mis recuerdos personales. Staffieri atendió a mis dos abuelos en los momentos de su vida. A mi abuelo materno, en mi casa, cuando ya tenía 98 años, y como decía Steffieri con una emoción que no olvido: "Tiene el corazón fuerte y no quiere morir...". Y mientras el corazón funcionaba, el hombre estaba vivo. A mi otro abuelo, el paterno, lo atendió y junto a él iba un amigo con quien hemos compartido muchas cosas, Héctor alonso. La imagen de Staffieri, en esas dos oportunidades, era, así lo experimenté, la que yo entendía debía ser la de un médico que antes todo es un humanista que siente profunda referencia por la vida.

Lo mismo tendría que decir cuando leí algunas cartas en libros del doctor Lewis regalados a mi padre y cuando me atendía de un problema cardiaco el Dr. González Sabathié. Eso es otra historia. Lo que importa es que Muniagurria haya publicada este libro, breve, esencial y los rosarinos empecemos a conocernos mucho mejor de lo que nos conocemos, de saber qué somos, cuál es nuestra identidad, un poco esfumada, pero latente, como lo prueban estas páginas que no hemos hecho más que glosar, una escritura al margen. La única que me siento con derecho a hacer.